Yo me lo creo.
Confío en el ectoplasma de la lluvia que me avisa cuando vienes a verme.
Me cuelgo de las gotas que se deslizan impávidas y ansían convertirse en lágrima.
Quien las acaricia si no,
quien las frena,
quien las nombra,
las provoca,
las ignora.
Y ahora quieren colocarse en mis huesos,
esnifar mis pensamientos
y filtrar por ósmosis cada uno de mis excesos.
Un ciclo sustituye al otro y, entonces, cuando llegue el invierno, tú también suspirarás por unirte a mi ritual mientras reptas por un cristal que no es el de mi casa y que está lejos de mis mejillas.
Me lo creo,
me creo que estés allí,
dónde si no.